Tres libros publicados en la Editora Regional de Extremadura que me encantan
En El silencio de lo invisible viajamos a París; a Londres; a recuerdos del pasado; a paisajes invernales; a ríos que reflejan ciclos que se escapan como ese amor que se lee entre líneas. Los relatos aparecen entre nosotros con la apariencia de un cuadro pintado por partes y al unirlas te dejan sin aliento.
Aquí, entre nosotros, tengo que deciros que siento predilección por uno de sus relatos: La espera, que nos habla de una inspiración que no llega a pesar de salir a buscarla y en el que aparece la gran Virginia Woolf.
Este pequeñajo está encuadrado en la colección “La Gaveta”.
Lola dobla despacio la carta en la que su tía Adela le anuncia la muerte de su padre. Un padre ausente desde hace tiempo, pero al que tanto su madre como ella seguían adorando; no las dejó porque no las quisiera sino por un destino maldito que lo obligaba a irse.
Aún con ese vacío sordo en el pecho que deja el último adiós a un ser querido, Lola se muda a la casa paterna por petición de su padre a modo de última voluntad. Un año, un tren y siete horas la separan ahora de su vida y de su madre, pero el tren corre veloz por las vías sin darse cuenta de que Lola está perdida y asustada.
En esa casa paterna la esperan Purita y sus guisos; las meriendas con el cura y el médico; la Zagalica y Palito en su bicicleta; la tía Marina, que siempre sabe más de lo que parece; y en el jardín, el magnolio que acoge bajo sus ramas a la tía Adela con su pelo recogido, su pipa, sus secretos y una cáscara amarga envolviendo su muñeca. También hay Tugas y mariposas blancas que resisten al paso del tiempo.
Creo que no hay mejor sensación para un lector que la de entrar en un libro sin saber nada de él y salir fascinado, que es lo que me pasó a mí con este. La edición de esta novela no incluye sinopsis y comencé a leer solo para hacerme un idea de qué podía encontrar dentro, y ya no salí hasta que volví la última página y me di cuenta de que había terminado. Creo que aún sigo suspirando cuando lo veo en mi estantería.
La cáscara amarga fue la mejor lectura que hice en 2020 y lo encontrareis también en “La Gaveta”.
—Lady Galatea de Miguel Ángel Sánchez Rafael—
Al sumergirnos en las páginas de Lady Galatea en nuestra mente se reproducen dos voces: la de un profesor de educación física y la de la propia lady Galatea, una prostituta a la que un escritor enamorado de su obra no para de incordiar. Uno nos cuenta cómo su amigo, el escritor Adolfo Campomar, le pide cuando en su lecho de muerte que destruya toda su obra; tal y como Kafka hizo con Max Brod, solo que nuestro narrador sí que se lo toma al pie de la letra y se lanza a la tarea de hacer desaparecer todas las obras de Adolfo del recuerdo. Una misión que se ve alterada cuando la mismísima lady Galatea, protagonista de la última novela de Adolfo, sale de entre sus párrafos para contarnos su historia y lo complica todo.
Lady Galatea sale de su novela harta de que el autor le altere la existencia y le cambie la vida en cada capítulo solo porque este, como un Quijote moderno, quiere salvarla de molinos que solo están en su cabeza.
Mientras la leemos somos testigos del derrumbe de un escritor que acaba confundiendo la realidad con la historia que él mismo narra en su cabeza, que transforma en novela en un intento de convertirla en realidad y tener así un lugar al que acudir para encontrarse con unos recuerdos de juventud de los que no quiere desprenderse. Mientras todo esto pasa, los narradores de la novela nos cuentan cómo Adolfo los arrastra en su caída.
Lady Galatea es una lectura hipnótica, narrada a dos voces, con un final que no esperaba y que forma parte de la nueva colección “Geografías”.
Os deseo grandes y mágicas lecturas,
Laura.
Pues si te encantó "La Cáscara Amarga" de Malén Álvarez, intenta encontrar el hoy por hoy inencontrable "El Altozano", que te atrapará y te conmoverá hasta lo más íntimo.
ResponderEliminarP.D.: si lo encontrases dímelo, que me compraría unos cuantos ejemplares...
¡Mira que es difícil encontrar sus libros! Tuve la suerte de encontrarme hace unos meses con un ejemplar de «El ancho olvido» y no me puse a saltar porque andaba sentada en el suelo rebuscando en la balda inferior de una librería de segunda mano.
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