Hablando de Carolina Coronado


El pasado 25 de marzo, mientras me dirigía a la conferencia sobre Carolina Coronado en la Biblioteca de Extremadura, enclavada en la Alcazaba pacense, miré el reloj y me di cuenta de que con la emoción había salido con casi dos horas de antelación; dejé pasar la parada en la que tendría que haberme bajado y alargué el trayecto hasta un lugar muy especial para la que escribe: el parque de Castelar. 

En este parque, que data del año 1904, pasé parte de mi adolescencia y en él nos aguarda una señora muy especial encargada de custodiar el estanque de los patos. Esta señora no es otra que la mismísima Carolina Coronado. 


Como ya hacia en mis tiempos de estudiante me planté frente a la reja que la protege y le susurré que iba de camino a un lugar en el que me contarían muchas cosas sobre ella porque mi fascinación por su vida seguía tan viva como lo estaba cuando de adolescente le hablaba bajito de mis cuitas y le decía que de mayor sería como ella.

Carolina nunca me contestaba, pero su mirada de piedra parecía ablandarse al encontrarse con la mía en ese pequeño estanque que a veces parecía un océano. Después de un rato de silencios retomé mi camino, pero está vez me llevé a la señora conmigo y, mientras hacía tiempo callejeando por el Casco Antiguo de Badajoz, me entretuve leyendo algunos de sus poemas reunidos en un pequeño tomo que la editorial Torremozas publicó en el año 2001 bajo el título Se va mi sombra, pero yo me quedo de la mano de Luzmaría Jiménez Faro. 


Una vez en la Biblioteca de Extremadura, las ponentes, Isabel María Pérez y Carmen Fernández-Daza —que se complementaron de una manera excepcional—, iniciaron un viaje alrededor de la vida de la escritora uniendo su trayectoria literaria con su vida social y su faceta activista. En el transcurso de la charla ambas desmontaron algunos mitos sobre Carolina que se dan por ciertos, como la idea equivocada de que Carolina embalsamó a su marido para no tener que despedirse de él aunque es cierto que Horacio Perry fue embalsamado no fue ese el motivo sino el deseo de ambos de partir juntos al más allá, hecho que se dificultaría si los restos de uno ya tenían cristiana sepultura; o la idea de que su familia no veía con buenos ojos su carrera como escritora, pero sobre todo se habló de lo que supuso Carolina para la sociedad y el tiempo en el que nació: se atrevió a alzar la voz contra el maltrato a las mujeres; se propuso entrar en aquellos ámbitos tradicionalmente monopolizados por los hombres y no solo lo consiguió sino que además creo círculos en los que sus coetáneas pudiesen componer(se) sus letras; fundó una asociación para abolir la esclavitud; convirtió su casa en un lugar en el que hablar de literatura y en la que compartir el arte. Más de una hora de coloquio, que pasó como un suspiro, en el que conocimos aspectos de la escritora que marcaron tanto su lírica como su prosa. 


Hoy he vuelto a ese parque, una vez más, para contarle a mi querida Carolina que su obra, encuadrada en el romanticismo, tan arrolladora y sin artificios en la poesía, como contundente y enérgica en la prosa, es de nuevo laureada y recordada en su tierra, que ella misma y sus letras comienzan a ocupar el lugar que siempre han merecido.


Laura C. Hernández



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