Entre cítricos y poemas de fuego

Emily Dickinson decía que «ignoramos nuestra verdadera altura hasta que nos ponemos en pie» y yo ignoré la mía durante mucho tiempo. Hoy quiero hablaros de tres mujeres que me han ayudado con esto (incluida la propia Emily).

Al hilo de lo anterior, Instagram me ha traído muchas cosas buenas, y otras tantas malas; entre las buenas me acercó a algunas personas que hoy son muy importantes en mi vida. Una de estas personas es Laura Garro, @demialterego, alguien que sin darse cuenta me ayudó a ponerme en pie y a entender que una vez mis piernas me sostenían ya solo quedaba echar a andar, a mi ritmo y sin prisas. Por eso estas primeras líneas están dedicadas a ella. ¡Gracias!

Si alzo la vista desde donde estoy sentada puedo ver sobre la estantería que hay a mi izquierda dos libros: La cáscara amarga de Malén Álvarez y Las ciudades de papel de Dominique Fortier. Dos libros que no tienen nada que ver el uno con el otro, pero sí que tienen conexión con esta carta.



En La cáscara amarga conocí a la segunda mujer de la que quiero hablaros: la tía Adela. Me encanta contar que cogí este libro de una de mis estanterías por impulso. Es un librito pequeño, compacto, sin sinopsis, que abrí solo para leer las primeras líneas y que cerré horas después fascinada por la historia, pero sobre todo por la tía Adela. 

El libro narra la historia de Lola, una joven divorciada que viaja al pueblo de su padre, ausente del hogar familiar desde hace años pero al que siempre adoró, para cumplir su última voluntad: vivir un año en la casa paterna. Esta petición no es un capricho del muerto sino más bien una oportunidad para conocer la historia de su familia, una estirpe maldita por una tuga (una bruja que procede del mar), y la misión de no abrir la caja que está guardada en el armario de la entrada y que lleva años esperando a su destinatario.

De todo el elenco de personajes de La cáscara amarga despunta la tía Adela, la hermana mayor de su padre, una mujer imponente que siempre viste de blanco, fuma en pipa, se pierde entre recuerdos mientras bebe té bajo en magnolio centenario que preside el jardín y deja que sus penas sean absorbidas por las cáscaras de limón que se enrosca en las muñecas. Adela acoge a Lola como la hija que nunca tuvo pero también como la depositaria de la historia familiar y quién sabe si como la artífice del final de la maldición. 
Las conversaciones entre tía y sobrina siempre son como viajes en el tiempo, llenas de pistas para que Lola, que está varada en un punto muerto, pueda por fin avanzar a tiempo para que el magnolio vuelva a florecer. 



Con Las ciudades de papel cerramos el círculo y volvemos a Emily Dickinson. Un pequeño libro que guarda en su interior una biografía ficticia que mezcla lo poco que se sabe de esta enorme poeta con la inventiva de la autora. Dominique Fortier construye unas ciudades de papel para que Emily transite por ellas porque ella siempre vivió en sus fronteras, en los márgenes de los trozos de papel en los que escribía de forma compulsiva, arrastrada por los versos que se agolpaban en su mente y peleaban por salir de su cabeza. Fortier le añade al texto pasajes de su propios recuerdos y vivencias que hacen de este libro el lugar ideal para un primer acercamiento tanto a Emily como a Dominique. 

Confieso que no me enamoré de Emily por su poemas, al menos no al principio, sino por la serie que creó hace un par de años Apple TV: Dickinson. Consta de tres temporadas con capítulos que rondan los treinta minutos y que reinterpreta de una manera muy libre, un tanto exagerada, la vida de la poeta norteamericana. Pero es una exageración que funciona. Hay algunas escenas geniales en las que los poemas salen de su mente para grabarse a fuego en tu pantalla; otras narradas a viva voz por Hailee Steinfeld, la actriz que da vida a Emily Dickinson en la serie, y que crean la sensación de estar dentro de su cabeza o de ser la punta del lápiz cuando los versos la asaltaban sin darle más que unos segundos para plasmarlos en cualquier sitio que tuviese a mano. Otro de los grandes momentos son sus conversaciones con la muerte en su carruaje. La manera de plasmar sus inquietudes y el toque bizarro que tienen casi todos los capítulos de la serie fue lo que hizo que necesitase salir pitando a la librería y comprar alguna de las ediciones que por suerte podemos encontrar ahora en las librerías. 

Escena de la serie

No soy una experta en poesía pero Emily llegó para quedarse y ahora uso mi ejemplar, una preciosa antología publicada por Austral que incluye todos su poemas, como una especie de oráculo: la abro por una página al azar y leo el poema de la página derecha; no me creeríais si intentase explicaros cuán acertada está Emily la mayoría de las veces que hago esto. 

Ahora estoy disfrutando poco a poco de la selección de cartas que ha reeditado Lumen el pasado noviembre. 

Nos vemos pronto, 
Laura. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Entrevista a Adam Blumenthal, editor de Sigilo España.

Las resacas literarias.

«La Malnacida» de Beatrice Salvioni